miércoles, 18 de marzo de 2015
Seducción Elite, CARA Y CRUZ
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Guillermo Gudel....
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Guillermo Gudel – En algún punto no aparece el sol (Interpretación libre)
Guillermo Gudel – En algún punto no aparece el sol (Interpretación libre)
ACCESO AL CONTENIDO
¿Por qué no somos nunca lo que podemos ser
mientras vivimos? No sabemos que hay después de dar las silabas concisas que el
sí y el no nos ceden, lo que es imprecisable eternidad en una esfera loca que
no entiende los casos ni las causas
Cambia el azar el tiempo en que podemos ser
otros distintos. Las hojas de los arboles se dan a lo que son mientras se
mueven. La vida es poco y nada. Algo, primero, pero después ¿Qué? El paso de la
noche no dice lo que somos en el día, cuando los movimientos dan otras
perspectivas o intenciones, cuando nos dirigimos hacia unas circunstancias
imprevistas.
Vamos como las olas que en vano se resisten
al vaivén de las fuerzas centrípetas, como lumbres que fulgen y se apagan,
aunque luego regresan sobre la irrealidad de un recuerdo que quiere ser el
espejo del brillo de las luces cambiadizas
A los trueques nos vamos vestidos con un
traje azul marino que cubre la figura. Alguien viene al encuentro y nos entrega
la mano del saludo, se despide y se
conmigo a cuestas. Caminamos deprisa por la agitada calle del asfalto y en la
casa saliente nos damos a preguntas trascendentes, que son como es el hilo que
no encaja en el ojo de la aguja o el ojo de la aguja que no logra encajar el
hilo en punta
No solemos contar el duelo o el placer de
cada trance, pues nadie es compañía en la movilidad del sentimiento. Nuestro
cambio de guardia se hace con los instantes que transcurren, quizá amarilla
hoja que desciende a la tierra en que ha brotado
Solo los dioses bailan con músicas celestes.
Los vivientes bailamos con las notas del pentagrama que llevamos dentro, a
veces azulado, a veces rojo, pero siempre oscuro. Pretendemos la gloria, pero
solo sabemos del fracaso
¿Qué decirnos si solo podemos caminar por la
existencia con culpas silenciosas, con unas ambiciones transgresoras? En el
aire ligero del nombre que llevamos todo oscila, todo se nos antoja como la barahúnda
de una feria en día de domingo, en la que el resultado es la fatiga, también el
desencanto, la vuelta conductora a lo anterior
La luna continua navegando como un barco
fantasma y en tanto en la escalera de algún séptimo piso hay un adiós que nos
turba como cuando se apaga una bombilla. Las soledades vienen siempre solas y
solos continuamos. Las ventanas del día se abrieron ya se han oscurecido y la
quietud nocturna nos lleva hasta la niebla del reposo
Todo queda más lejos que la luna sumida en el
eclipse, más lejos que las últimas palabras que dijimos anteanoche, cuando
antes de dormirnos nombrábamos a quienes ya no estaban, cuando éramos personas
de edad tranquila para preguntarnos que se es en este mundo del que nos
separamos diariamente entre cambios de luces zodiacales, entre el ayer pasado
sobre puentes futuros, construyendo el enigma de no hallar las lógicas razones,
esquivando las zarpas acechantes de la terminación de todas las presencias
avistadas, sintiendo que no existen más que estancias cedidas por segundos.
No deja huella el humo después de que las
llamas han cesado, pero ¿Qué hay en las llamas, sino la combustión de una materia,
la silenciosa H tantas veces perdida entre otras letras?
Somos los vagabundos que van por las orillas
de los ríos mirando entre las aguas los objetos que han sido desechados, los
viajeros que siguen el rumbo de los signos alfabéticos, lo perpetuo que vuelve
a ser igual, pero con matiz distinto, aquello que aún pervive sometido a otra
forma indescriptible
Quizá lo comprendemos. Todo nuestro bagaje es
el vacio que soporta la nada, la noche que proyecta lo infinito sobre
invisibles techos, sobre el cajón sin fondo del olvido. Al igual que los
dioses, ninguno de nosotros tiene patria. Hay una arena suave metida en la
unidad de nuestro cuerpo que se va derramando mientras vamos huyendo, cuando ya
hemos sabido que en algún punto no aparece el sol.
¿QUIÉN ERAS TÚ CORRIENDO HACIA EL VACIO?
El
hecho de existir es un azar perdido en el espacio y en el tiempo
Cuando apenas te habían puesto un nombre
alguien estaba clausurando el cielo, cuando todo acababa de girar en tu espacio
de luz, alguien seguía soltando sombras sobre tu camino
Después de conocer tu vida rota te
encontrabas perdido en el lodo, preguntando por los que no existían,
deambulando en la bruma de los siglos sin poderte escapar de tu silencio
Después del anteayer de los recuerdos
llegabas a la orilla de tus mares solo para saber cómo ir sin prisa a la playa
desierta del mañana
Ya eras punto final en el principio de un
remoto país de soledades, caminante invisible en un lugar donde nunca tendrías
celebraciones de cumpleaños
Navegante inseguro ante la niebla, entrabas
en un mar desconocido viajando con los llantos infantiles en la nave perdida de
la luna.
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Comenzabas a sentir los rechazos de los
sueños y a saberte enemigo de la ciega energía universal, que pesaba como las
gravedades de las pequeñas y las grandes cumbres
Vivías con la igual indiferencia de las horas
corrientes que contabas
Ajeno al beneficio, no hacías nada contra los
pasos diurnos y nocturnos, contra los ejes de las mismas ruedas
Te condenaba el tiempo remontando tus
estancias en busca de otra elipsis
¿Qué podías hacer con la mitad de un ronco
corazón fuera del pecho?
Te angustiaba el apuro de estar solo, de
entregarte a la absurda eternidad, de comenzar de pronto a comprender que
existir era todo tu destino.
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Habías olvidado lo importante
No encontrabas la cantidad de guardia
necesaria para desparramarte
Estabas con emblemas deslucidos, rodeado por
ojos sin descanso, por el profuso trabajo de las hormigas, hormigas de tu
reino, hormigas negras con las que procurabas entenderte entre el sucio color
de las efigies y el vasto techo de lo indescifrable
¿Por qué?
¿Por qué te habías señalado esa necesidad de
ser más fuerte, más alto y poderoso que los árboles?
Poseías la fiebre de la astenia para admitir
que las dichosas suertes se habían alejado
No mentías
El sol te atropellaba
Apenas eran posibles los lugares evasivos,
los huecos prolongados bajo el curso de tantos años para lamentarte
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Los años eran la vacilación de una nube
vagando sin destino, el temblor de un estruendo en cualquier parte, nada y todo
en ti mismo
¿Qué sabías?
El tiempo adelantaba laberintos
Las puertas se cerraban y se abrían bajo
luces y sombras, pasadizos para no regresar, para seguir buscando una salida,
un corredor en donde concluyen las zozobras
Era tu débil corazón todo el tiempo que ibas
dejando atrás sin darte cuenta, la esfera del reloj marcando horarios con las
saetas de la ambivalencia con esa obligación de dar los pasos para tenerte en
pie, sentirte vivo, seguir andando resignadamente
Eras ceniza o polvo para luego, como lo que
latía con descuido junto a un eco perdido entre montañas
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Ya lo sabías, pero te apenaban las prisiones,
pues los follajes verdes y los secos notaban que tus pasos dependían de
inciertas circunstancias, de un poco de humo para conocerte
Hablabas de columpios obstinados, de los
cristales donde se quedaban las misteriosas, las imperceptibles distinciones
que había en los humanos
¿Las oías gritar?
Era la luz cambiando sus alcoholes,
inflamando la soledad como un pan en el agua
¿Con que verdad te aceptaría el humo?
Te acostaba la convulsión del día, te
dominaba el ruido, te cercaban las simples asperezas del trabajo, la antigüedad
oscura del futuro
Si mirabas al mar, te perseguían las
numerosas olas espumantes. En esas aguas de amplias curvaturas, que arrojaban
su anhelo a todo el orbe, el sol se prolongaba hasta el comienzo del ser
humano, indefenso animal, que, herido, iba a buscar el primer lecho que
encontraba para curar la carne ensangrentada
Cuando volabas hacia los costados de la vida
sonora establecías el temor en el aire, pero quieto, plegado a los sentidos,
entregándole las alas de tu escándalo terrestre
Aquella soledad de primitivas heladas,
otorgando solamente el pánico exterior de los ocasos, era lo prometido y lo
habitual, de las cosas que estaban a tu alcance
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En ocasiones agitaba el viento los árboles
cercanos como un rio detrás de otro
Un pavimento pardo conducía a las gentes por
las calles
¿De qué presuras se nutría el tiempo
amaneciendo en lluvias, en escarchas de luna llena sobre los tejados?
Por momentos te ibas, regresabas
Eras cuerpo viviente. Poca cosa. Sobre el
mundo encendido ante tu vista para casos de ceses repentinos
Así como el árbol entrelazaba las ramas en el
otro, así querías tu primera sencillez, ese principio del amor cobijado por los
parques
Metido en la opulencia bondadosa, rememorabas
los mejores años, los reducidos vuelos que fueron haciendo a tu medida los
cerrojos
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Te encontrabas detrás
Los sueños eran distancias navegables
dolorosas, gritos de anuncios sobre las paredes, días húmedos recordando nombre
que apenas conservaban la inicial
En lo alto del agobio ciudadano, los cortes
horizontes se anulaban y las distancias parecían grutas
Tus manos sueltas sobre cada esfuerzo
desataban destinos de mentira
Todo, a través del día, lo soñabas porque
nada cambiaba de dominio, pues las horas también eran iguales, sin olores ni
anhelos, como llanos vestidos por las sombras de la tarde
En las pautas del ritmo cotidiano, partidas
en servicios regulares, la sed manaba uniones victoriosas
Así como todo estaba sujeto a un cierto
orden, y cada individuo apelaba a los otros testimonios para no equivocarse, y
las siluetas eran conocidas por la leve palpitación de sus formas rompibles, y
la muerte se encerraba en sí misma para ser olvidada fácilmente, así todo
ordenaba sus cuadrantes en idénticos ritmos inarmónicos
Romper con los anexos indicaba, para el vacio
normal, reclamar con urgencia la casa de otros seres desconocidos donde siempre
había lugares para estar como un extraño
Todo lo contemplabas a través de la sombra y
la luz
Aquellos faros amarillos, vulgares,
imperfectos, permanecían sobre unas distancias con fluorescencias
incomunicables
¿Cómo poner orden las ropas, cómo volver
ágiles a las manos, y cómo mantenerte en la soledad?
¡Ah, las horas, los años que crecían sobre la
lentitud, porque quizá se confundían con los desterrados de la igualdad hasta
formar la sola tristeza, el solo aliento detenido!
Se dormía tu fiebre de verano sobre las
extensiones de tu vista sin lograr ascender hasta otra altura, hacia otra
majestad por la que ir al país de los cuentos prodigiosos, a la antigua
academia de los mitos
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¿Qué conciencia te ataba a una verdad nunca
alcanzada?
¿Qué
desilusión te ofrecía y te negaba la existencia?
Ignorabas si podrías vivir de conductas
ajenas, derramándote delante de las luces, preguntándote quien eras tu junto al
anochecer, no sabiendo jamás por donde ibas
¿Por qué te complacías presentándote como
otro prisionero de tu mente?
¡tantas vidas al rojo, tantas vueltas dudosas
cuando todo se marchaba hacia el gran agujero del vacío!
Te sentabas debajo de los árboles para
entonar una canción tan triste que a ti mismo te hacia sollozar
Para ti, la ilusión innecesaria, las palabras
adrede, los espacios de una noche que no descifrarías
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Tu verdad no se unía a la esperanza porque la
muerte tenía el apodo de loba, de otro invierno congelado que clavaba en tu
carne los colmillos
Pero, ¿Qué había en ti, garganta ilesa sin
sonidos vocales, ante el acto de la perfecta vaciedad amiga?
¿Cómo verificabas tu destino, si te estabas
vistiendo con lo extraño, si aquello que tenias no era tuyo?
Acaso declamando el homenaje que te hacías a
ti por no ser nada
A ratos regresaban los recuerdos, te
encontrabas delante de tus padres como un gigante pez recién nacido que
aplacaba el temblor de las mareas
Allí, donde habitabas, se oían las cadenas de
los siglos como papeles rotos, como paradas del reloj de agua, como polvo
movido por la intimidación de las tormentas
Partías, solo eso, ibas hacia un azar que te
esperaba en un lugar extraño, donde la irrealidad se desleía, donde daba el
destino, el horario de entrar y de salir, donde era escaso el tiempo que,
apenas conocido, se esfumaba
Quedaba suspendida la sombra de la llama
consumiéndose, pero tú, bulto expedido, ibas directamente hacia el silencio
¿Qué podías decirte, si ya estabas tan lejos
de ti mismo a pesar de negarte a entrar en la distancia para siempre, si el
camino de todos los caminos daba solo unos trechos circulares?
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A veces, en silencio, eras la duda de todo lo
que habías conocido
¿Qué hacías con la vida pasajera?
Las dudas se ensanchaban, no sabías desde
donde viniste, desde cuales extramuros sombríos de infinito la quimera vagaba
en tu cerebro
No sabías, el amor era el cruce de todos los
instintos naturales, la imposible verdad de lo inconstante, y amabas lo que
solo era un refugio, aunque amabas también lo que podría haber sido el amor
fuera del tiempo
En los ramajes secos del otoño resonaba un
crujido inexorable
Solo podía retener tu mano el ejemplo del
polvo y la ceniza, las paginas rasgadas de los sueños, el día contenido sin
lugares y el distante fulgor de las estrellas, te faltaba matar el embeleso, la
estratagema del televisor.
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PRESENCIA
EN UN LUGAR DESCONOCIDO
Inmerso
entre preguntas sin respuestas, ¿Dónde está el yo, el intimo, el final?
Hacía tiempo que esperabas verte llegar desde
la altura de una cima que nunca conseguías dominar porque tus ascensiones
descifrables continuaban revueltas con las luces que había al otro lado de las
rocas
Era cuando lanzaban las tormentas sus iras
ululantes, encontrándote malherido para considerar el significado de los
documentos, ese reducto sin conquistar, donde aún existía la libertad y donde
aún podía existir la justicia
Fuera de ese lugar, si tu decías en cualquier
momento “Quiero vivir”, apenas te miraban al rostro por tu falta de respeto
hacia los formularios de las razas
Si gritabas “Quiero mi voluntad”, tu grito se
perdía entre los restos del tiempo concedido a lo mortales
Habías contemplado muchas caras, vivido
muchos años, y no obstante, los referentes de tus razones quedaban deshechos
porque ya habían tropezado con dioses y tabúes.
Era inútil, pero ¿Cómo decirlo?
Jugabas a escondidas sin el ceño hostil de
los que habían aprendido a contemplar espejos engañosos frente al paso
indolente de los trastornados a causa de ello
Hablabas de cuanto te rodeaba, de ese tapete
gris donde las horas se alejaban con el rostro del mundo fijado en una sola
dirección: la de decir adiós a todos los momentos, los que los habían hecho
felices y los que no
Te decían demente por tu exceso de soledad,
porque tenías dudas y armas para destrozar aún así sus siniestros objetivos,
todos sus ejércitos que hasta ahora se habían hecho con la victoria, aunque
también conocían la derrota.
Tu libertad apenas consistía en que no te
gustaba la redondez de los mundos, ni el nombre de tu santo, ya que la palabra
original que designaba ya existía antes que el hombre que había quedado relatado
en la Biblia, antes de que se oyera mencionar en los escenarios de teatro
vanguardista, ya antiguos, aunque fueron los primeros de ese tiempo, antes de
que cuyos valores que lo acompañaban fueran fruto para incesantes guerras
fratricidas, antes de que los primeros habitantes cubrieran sus partes nobles
con hojas de la selva
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Inventabas el reino de ti mismo con tus
irrealizables estructuras y aclarabas después
que te unirías a los últimos seres de la proclamación de tus obras, diciendo:
“¡Viva la federación de la pluralidad humana, domesticada!”
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Era la vida. No cesaba nunca.
¿Cómo explicar lo que te rodeaba, ese sol,
esas hierbas, esos aires que te llevaban y te traían?
¿Cómo explicar el alma separada del cuerpo
cuando la carne se abría como un canal con líquidos azules, como un mapa
extendido ante tus ojos, como un día reciente y repetido?
Los hombres se caían en los fondos, se
alzaban con temores, sonreían como si nunca fuesen a morir.
El ser era una zona de desgaste, el porvenir
de un nuevo desafío, la vista puesta sobre el horizonte.
Cualquiera te diría que eras dios cubriéndote
de luz, o el ángel turbio atravesando el último camello, de la aguja, o el
espino salvaje creciendo en el invierno entre capullos de flores mareadas para
un ramo moribundo sobre cualquier jarrón.
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En la desesperanza de lo vivo sentías los
desmayos de la tarde, tanto anhelo volando sin destino, tú mismo sucumbiendo
entre las últimas exuberancias de la primavera como aliento aferrado
tristemente a la contradicción universal.
¿Quién eras tú, incendiándote sin tregua como
hoja seca al sol, traspapelando uno tras otro todos tus recuerdos, buscando en
los armarios carcomidos los inservibles trajes del poblado?
¿Quién eras tú, flotando a la deriva, bandera
blanca junto a las figuras de los que traficaban con esclavos?
Eras el que a la muerte le decía: “Vete,
vete, que hueles a delito. Enseña tu juego de castañuelas sobre todos con los
brazos en alto como si solamente fueras huesos”
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¿Eras tú, que arrojabas la mirada nula y las
llaves de la eternidad?
Eras tú renaciendo de otras almas, lanzando
tus mensajes al silencio del orbe como rayos de tormenta bajo la oscuridad de
tu palabra y ante la pantomima incomprensible.
La muerte y el olvido te seguían. Dejaban
pasar a los que esperaban escribiendo sus nombres en la arena.
Para vivir tenías que perder.
Eras la antigua voz de los amantes cuando
decías “te amo” con las fiebres fáciles no sujetas en la nuca.
Aquel rostro que viste era el buscado, el que se sonreía al
encontrarte, la luz que dominaba lo sombrío.
Por eso estaba allí para encenderte, para
encerrarte en su prisión de nubes, en la tierna mesura desfondada de un largo
abrazo que sería olvidado.
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La muerte se acercaba con pequeñas lancetas
de escorpión que se filtraban con su veneno en tu sangre.
Mientras te entretenías con la mente,
recreabas en torno de tu imagen un silencio espinoso. Aquella casa en donde te
sentías desahuciado.
Extendías el dorso de tu pecho hacia tu
identidad cuando decías: “La soledad se acuesta conmigo en las noches”.
¿Qué decir de la mutabilidad de las
estaciones, hogar con llamas para el invierno, cristal luminoso para el verano,
trance sucesivo?
Solo explorabas en tu mapa de tesoros adiestrando
domésticas inquietudes.
Era tu identidad el crecimiento inútil
perseguido por las ansias.
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Te desgarrabas dando con los días
iguales a escasos apetitos.
No eras quien levantaba las murallas, las
fuerzas brutas, pero sí una enorme sensación de lugares con fronteras donde el
mundo ambicioso batallaba.
Al fin, en el ambiente, en la radiante
claridad, en el centro de los frutos, en la campana suelta de la atmosfera, como
una intensa voz, toda tu tierra podría ser un prado en el desierto, y una
corona en la sombra del árbol.
Hijo fortuito del placer del mar, pájaro
abandonado sin fuerzas en las alas, sonrisa desde el fondo de la angustia, roto
color del día, te volcabas sobre el viento inaudible de tu selva.
Habías cobijado las razones más altas y más
bajas que poseías, lo mismo que las plantas trepadoras aferradas al tronco del
ascenso.
Ansioso de los frutos de la vida, de los días
serenos inesperadamente servidos, te sentabas al borde del silencio, donde la
realidad te contemplaba, te fatigaba con las turbulencias.
Único anzuelo de las cosas que se fueron,
entre el norte encontrado y el perdido despertabas las gotas de tus ojos cuando
nadie se sentaba a esperarte, pasajero de trenes con destino incierto, ultimo
atisbo abandonado al mirar un paisaje, donde el tiempo, siguiendo lo casual, no
te recogería por siempre.
Hijo de tu destino, te agarrarías a la
palabra eterna, la intención secreta, y de lo que resta, a unos ensueños para
adormecerte, para contentarte con lo soñado.
Te buscaban las otras alegrías de la vida y
confortar tu corazón, darte algo con lo que vivir.
Parecías distinto al final de tantos
sufrimientos.
Eras la penumbra de un rey sin corona, la
desnudez vestida por preciosas gemas, el resplandor solar, las horas que
arrojaban varios colores sobre los pobres.
Sentías intensamente la música que te era
propia entre la fragancia que alguien derramaba como incienso.
Eras también un animal, aquel que se
aventuraba a conocer más solo sabiendo lo aprendido hasta ahora.
El hecho de que no respondieras te entregaba
la belleza de los momentos que a veces se te olvidaba vivir con plenitud.
Había que temerte, eras la queja de una flor
marchita, la llaga de una herida y el rencor detrás del amor, el tronco de un
árbol que reunía anillos mientras los demás vivían sus pesares, solo porque
también los años y el porvenir te hacían ser la víctima inocente.
Silencioso y sufriente avanzabas
arrastrándote por las calles.
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Así era tu breve y larga historia
Ya en el descanso se regocijaba tu alma de lo
que pudiste vivir y de lo que no, para entregar tus pensamientos inconscientes
a la noche clara y serena que transcurría en el bosque donde dormías.
Lo poco que te sobraba se lo dabas a los
animales que quisieran cogerlo del suelo, allá donde cayese.
En agradecimiento, las bestias salvajes te
ofrecían su tiempo para jugar, pero no tenías tiempo, solo necesitabas dormir.
Te despedías al amanecer, mientras apenaban
tu partida y les prometías tu pronto regreso, mientras se marchaban de
vuelta a su refugio donde te esperarían.
Eras el adiós siguiente a la promesa recitada
y aún no cumplida, las esperanzas de los jóvenes rechazadas por sus padres, los
deseos nunca concedidos a los presos inocentes.
No tenías nombre en ese entonces, pues en
realidad tenías incontables.
Según qué nombre se te daba eras teñido de un
color, también dado en la sinceridad nunca confesada, la mentira no
descubierta, la lluvia que caía en la noche de un desierto, en la ignorancia de
la gente, que en el mañana moriría con ella.
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A veces era la fecha no celebrada por
aquellos que debían, la mesa sobre la que reposaba un papel destinado a
convertirse en una prometedora carta de amor y su dueño miraba con lágrimas en
los ojos porque no sabía qué escribir.
Eras barco sin timón, arrojado al mar, sin
forma de volver a tierra segura.
Te montabas en trenes que en realidad sus
vías se cruzaban de forma que nunca acabarían su viaje.
El universo se apagaba como una chispa
fulgurante en el confín de los destinos secretos, cuando lo que acontecía
siguiente era admitido en los cielos.
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TRAVESÍA SIN FE PERO CON ESPERANZA
El
don secreto que encierra la envergadura del universo es la grandeza, pero el don secreto del mundo es la bondad, y por
ello el sufrimiento de la bondad no reconocida
No habías seducido lindas criaturas para que
se alejaran de sus madres, tu no tenías nada para darles con lo que
contentarles todos los días, no sabían de tu otra oscura cara.
Tus movimientos no podían ser presagiados por
ningún chamán.
Eras lo que quedaba en los nidos abandonados
después que todos ya supieran volar.
Allí solo es donde combatías las heladoras
noches del invierno.
Y eso que no habías pecado ni mentido para
semejante penitencia, solo habías cometido pequeños errores en busca de los hechos
honestos que creías haber producido.
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Sin auto-propaganda eras el príncipe de las
constelaciones más confusas, aquello que se escondía en otras intenciones, que
asomaba entre la alegría y la tristeza.
Y aun así te esperaban los tuyos para
recibirte triunfante en los fríos tiempos con la podredumbre de sus manos y de
sus casas al fondo, entre ellos ahora asomaban los de las casas vecinas, que
también te tuvieron cariño, ahora su hija bella se te ofrecía como pareja y en
tu corazón aquellas aventuras con gigantes ya parecían propias de una dimensión
que ya no recordabas haber visitado.
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Lejos estabas ya de tus antiguos traumas,
antes te volvías loco porque no sabias como contentarla, como conquistar su
corazón, ahora solo pensabas en la vida que construiríais juntos, en volver a
salvar el futuro existente en los dormidos espacios de vuestros cuerpos.
No negabas las protecciones y preocupaciones
de tus padres y tus suegros, sabes que es fruto de que siempre estuvieron
contigo.
Y te hacían recordar tu niñez en presencia de
la ya novia, eran los momentos que intentabas evitar, le decías que volviera a
la nueva casa con el niño, bajo una realidad fuera del tiempo que tus padres
tendrían que aceptar que ya ha pasado.
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Recordabas como en el hospital habías
contemplado las sonrisas de los niños tendidos en las cunas porque en sus
intactas revelaciones el himno a la inocencia continuaba.
Te apiadabas de cuanta era ahora su
ignorancia del mundo lleno de desastres que rugía afuera.
De vuelta al presente te acercabas a tu amor,
le entregabas tu calor y cariño, la ilusión portadora de la gracia de cada
amanecer vivido, sin saber que luego fruto de ello nacía una arrogancia que
mostrabas a tus amigos.
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Pasado un tiempo te equivocabas en como
mostrarte según con cuales de los tuyos, si con tus amigos o con tus familias,
hasta dejar cansados los sentidos, y aunque intentabas cambiarlo acumulabas sed
sin alegría, las luces del día ya no te llenaban, recientemente perdiste a tu
padre y casi a tu madre, no la querías forzar, no era necesaria la voz perdida.
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Ante la ausencia de suerte pensabas que a ti
también ya solo te quedaba la muerte, con los años ya pasados, la belleza
inventada, intentabas volver a descifrar el fascinante nombre de la diosa que
aun te cuidaba, y no sabias como pagárselo, tu solo habías conocido la guerra
perdida por la paz esclavizada y el pan ganado solo a causa de la guerra no
vencida, es todo lo que sabias del mundo, pero ese mundo ya no era este nuevo
mundo, caía el sol debajo de su nombre, aunque el dolor te cegaba, luces de
colores te esperaban en el próximo amanecer.
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En el nuevo mundo surgieron criaturas
reencarnadas, como si procedieran de un planeta diferente en busca de tus
buenas voluntades, fue un proceso de transición lleno de gritos de angustia,
porque creías que eran demonios y en parte era verdad, gritos de rabia contra
la injusticia, porque solo querías lo mejor para tu esposa y no tanto para
aquellos seres ambiciosos.
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A cambio de las operaciones que ellos te
hacían hacer recibías en tus manos el pan seco de la desgracia, el premio de
consolación, no te darían caminos hacia otros bienes en los que hubiera sido bueno
olvidar las pasadas penurias.
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Pero no se sabe como esa época acabó pasando
y las buenas gentes te empezaron a conocer, gracias a ellas ahora ya sí que
eras otra persona, desprendida de tu antigua conducta, solo esperabas que todo
no formara parte de otro juego ilusorio.
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Cada día alegrabas los rostros de esas gentes
con tus cantares y tus hechos en bien de la comunidad, tenías que repetirte a
ti mismo quien eras ahora para creértelo y que no te vieran venirte abajo, ya
no creías que tu alma se sostuviera por la ausencia de calor, pues cuando te
faltaba sabías donde buscarlo.
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En un cuarto alejado de la casa seguían
hablando las mascaras siniestras, las bocas desfondadas del pasado, las sierras
de las lluvias, las temporadas de nieve y los charcos de barro y fosas
anegadas, te llamaba pero no acudías, olvidando aquella antigua existencia,
como quien bajaba del árbol cuando el agua se filtraba, como quien se alejaba
de haber sido, acercándose al nuevo ser.
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FIN
Originalmente escrito en otoño de 1993
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