miércoles, 18 de marzo de 2015

Seducción Elite, CARA Y CRUZ

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Guillermo Gudel....

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Guillermo Gudel – En algún punto no aparece el sol (Interpretación libre)
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¿Por qué no somos nunca lo que podemos ser mientras vivimos? No sabemos que hay después de dar las silabas concisas que el sí y el no nos ceden, lo que es imprecisable eternidad en una esfera loca que no entiende los casos ni las causas
Cambia el azar el tiempo en que podemos ser otros distintos. Las hojas de los arboles se dan a lo que son mientras se mueven. La vida es poco y nada. Algo, primero, pero después ¿Qué? El paso de la noche no dice lo que somos en el día, cuando los movimientos dan otras perspectivas o intenciones, cuando nos dirigimos hacia unas circunstancias imprevistas.
Vamos como las olas que en vano se resisten al vaivén de las fuerzas centrípetas, como lumbres que fulgen y se apagan, aunque luego regresan sobre la irrealidad de un recuerdo que quiere ser el espejo del brillo de las luces cambiadizas
A los trueques nos vamos vestidos con un traje azul marino que cubre la figura. Alguien viene al encuentro y nos entrega la mano del saludo,  se despide y se conmigo a cuestas. Caminamos deprisa por la agitada calle del asfalto y en la casa saliente nos damos a preguntas trascendentes, que son como es el hilo que no encaja en el ojo de la aguja o el ojo de la aguja que no logra encajar el hilo en punta
No solemos contar el duelo o el placer de cada trance, pues nadie es compañía en la movilidad del sentimiento. Nuestro cambio de guardia se hace con los instantes que transcurren, quizá amarilla hoja que desciende a la tierra en que ha brotado
Solo los dioses bailan con músicas celestes. Los vivientes bailamos con las notas del pentagrama que llevamos dentro, a veces azulado, a veces rojo, pero siempre oscuro. Pretendemos la gloria, pero solo sabemos del fracaso
¿Qué decirnos si solo podemos caminar por la existencia con culpas silenciosas, con unas ambiciones transgresoras? En el aire ligero del nombre que llevamos todo oscila, todo se nos antoja como la barahúnda de una feria en día de domingo, en la que el resultado es la fatiga, también el desencanto, la vuelta conductora a lo anterior
La luna continua navegando como un barco fantasma y en tanto en la escalera de algún séptimo piso hay un adiós que nos turba como cuando se apaga una bombilla. Las soledades vienen siempre solas y solos continuamos. Las ventanas del día se abrieron ya se han oscurecido y la quietud nocturna nos lleva hasta la niebla del reposo
Todo queda más lejos que la luna sumida en el eclipse, más lejos que las últimas palabras que dijimos anteanoche, cuando antes de dormirnos nombrábamos a quienes ya no estaban, cuando éramos personas de edad tranquila para preguntarnos que se es en este mundo del que nos separamos diariamente entre cambios de luces zodiacales, entre el ayer pasado sobre puentes futuros, construyendo el enigma de no hallar las lógicas razones, esquivando las zarpas acechantes de la terminación de todas las presencias avistadas, sintiendo que no existen más que estancias cedidas por segundos.
No deja huella el humo después de que las llamas han cesado, pero ¿Qué hay en las llamas, sino la combustión de una materia, la silenciosa H tantas veces perdida entre otras letras?
Somos los vagabundos que van por las orillas de los ríos mirando entre las aguas los objetos que han sido desechados, los viajeros que siguen el rumbo de los signos alfabéticos, lo perpetuo que vuelve a ser igual, pero con matiz distinto, aquello que aún pervive sometido a otra forma indescriptible
Quizá lo comprendemos. Todo nuestro bagaje es el vacio que soporta la nada, la noche que proyecta lo infinito sobre invisibles techos, sobre el cajón sin fondo del olvido. Al igual que los dioses, ninguno de nosotros tiene patria. Hay una arena suave metida en la unidad de nuestro cuerpo que se va derramando mientras vamos huyendo, cuando ya hemos sabido que en algún punto no aparece el sol.
¿QUIÉN ERAS TÚ CORRIENDO HACIA EL VACIO?
El hecho de existir es un azar perdido en el espacio y en el tiempo
Cuando apenas te habían puesto un nombre alguien estaba clausurando el cielo, cuando todo acababa de girar en tu espacio de luz, alguien seguía soltando sombras sobre tu camino
Después de conocer tu vida rota te encontrabas perdido en el lodo, preguntando por los que no existían, deambulando en la bruma de los siglos sin poderte escapar de tu silencio
Después del anteayer de los recuerdos llegabas a la orilla de tus mares solo para saber cómo ir sin prisa a la playa desierta del mañana
Ya eras punto final en el principio de un remoto país de soledades, caminante invisible en un lugar donde nunca tendrías celebraciones de cumpleaños
Navegante inseguro ante la niebla, entrabas en un mar desconocido viajando con los llantos infantiles en la nave perdida de la luna.
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Comenzabas a sentir los rechazos de los sueños y a saberte enemigo de la ciega energía universal, que pesaba como las gravedades de las pequeñas y las grandes cumbres
Vivías con la igual indiferencia de las horas corrientes que contabas
Ajeno al beneficio, no hacías nada contra los pasos diurnos y nocturnos, contra los ejes de las mismas ruedas
Te condenaba el tiempo remontando tus estancias en busca de otra elipsis
¿Qué podías hacer con la mitad de un ronco corazón fuera del pecho?
Te angustiaba el apuro de estar solo, de entregarte a la absurda eternidad, de comenzar de pronto a comprender que existir era todo tu destino.
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Habías olvidado lo importante
No encontrabas la cantidad de guardia necesaria para desparramarte
Estabas con emblemas deslucidos, rodeado por ojos sin descanso, por el profuso trabajo de las hormigas, hormigas de tu reino, hormigas negras con las que procurabas entenderte entre el sucio color de las efigies y el vasto techo de lo indescifrable
¿Por qué?
¿Por qué te habías señalado esa necesidad de ser más fuerte, más alto y poderoso que los árboles?
Poseías la fiebre de la astenia para admitir que las dichosas suertes se habían alejado
No mentías
El sol te atropellaba
Apenas eran posibles los lugares evasivos, los huecos prolongados bajo el curso de tantos años para lamentarte
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Los años eran la vacilación de una nube vagando sin destino, el temblor de un estruendo en cualquier parte, nada y todo en ti mismo
¿Qué sabías?
El tiempo adelantaba laberintos
Las puertas se cerraban y se abrían bajo luces y sombras, pasadizos para no regresar, para seguir buscando una salida, un corredor en donde concluyen las zozobras
Era tu débil corazón todo el tiempo que ibas dejando atrás sin darte cuenta, la esfera del reloj marcando horarios con las saetas de la ambivalencia con esa obligación de dar los pasos para tenerte en pie, sentirte vivo, seguir andando resignadamente
Eras ceniza o polvo para luego, como lo que latía con descuido junto a un eco perdido entre montañas
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Ya lo sabías, pero te apenaban las prisiones, pues los follajes verdes y los secos notaban que tus pasos dependían de inciertas circunstancias, de un poco de humo para conocerte
Hablabas de columpios obstinados, de los cristales donde se quedaban las misteriosas, las imperceptibles distinciones que había en los humanos
¿Las oías gritar?
Era la luz cambiando sus alcoholes, inflamando la soledad como un pan en el agua
¿Con que verdad te aceptaría el humo?
Te acostaba la convulsión del día, te dominaba el ruido, te cercaban las simples asperezas del trabajo, la antigüedad oscura del futuro
Si mirabas al mar, te perseguían las numerosas olas espumantes. En esas aguas de amplias curvaturas, que arrojaban su anhelo a todo el orbe, el sol se prolongaba hasta el comienzo del ser humano, indefenso animal, que, herido, iba a buscar el primer lecho que encontraba para curar la carne ensangrentada
Cuando volabas hacia los costados de la vida sonora establecías el temor en el aire, pero quieto, plegado a los sentidos, entregándole las alas de tu escándalo terrestre
Aquella soledad de primitivas heladas, otorgando solamente el pánico exterior de los ocasos, era lo prometido y lo habitual, de las cosas que estaban a tu alcance
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En ocasiones agitaba el viento los árboles cercanos como un rio detrás de otro
Un pavimento pardo conducía a las gentes por las calles
¿De qué presuras se nutría el tiempo amaneciendo en lluvias, en escarchas de luna llena sobre los tejados?
Por momentos te ibas, regresabas
Eras cuerpo viviente. Poca cosa. Sobre el mundo encendido ante tu vista para casos de ceses repentinos
Así como el árbol entrelazaba las ramas en el otro, así querías tu primera sencillez, ese principio del amor cobijado por los parques
Metido en la opulencia bondadosa, rememorabas los mejores años, los reducidos vuelos que fueron haciendo a tu medida los cerrojos
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Te encontrabas detrás
Los sueños eran distancias navegables dolorosas, gritos de anuncios sobre las paredes, días húmedos recordando nombre que apenas conservaban la inicial
En lo alto del agobio ciudadano, los cortes horizontes se anulaban y las distancias parecían grutas
Tus manos sueltas sobre cada esfuerzo desataban destinos de mentira
Todo, a través del día, lo soñabas porque nada cambiaba de dominio, pues las horas también eran iguales, sin olores ni anhelos, como llanos vestidos por las sombras de la tarde
En las pautas del ritmo cotidiano, partidas en servicios regulares, la sed manaba uniones victoriosas
Así como todo estaba sujeto a un cierto orden, y cada individuo apelaba a los otros testimonios para no equivocarse, y las siluetas eran conocidas por la leve palpitación de sus formas rompibles, y la muerte se encerraba en sí misma para ser olvidada fácilmente, así todo ordenaba sus cuadrantes en idénticos ritmos inarmónicos
Romper con los anexos indicaba, para el vacio normal, reclamar con urgencia la casa de otros seres desconocidos donde siempre había lugares para estar como un extraño
Todo lo contemplabas a través de la sombra y la luz
Aquellos faros amarillos, vulgares, imperfectos, permanecían sobre unas distancias con fluorescencias incomunicables
¿Cómo poner orden las ropas, cómo volver ágiles a las manos, y cómo mantenerte en la soledad?
¡Ah, las horas, los años que crecían sobre la lentitud, porque quizá se confundían con los desterrados de la igualdad hasta formar la sola tristeza, el solo aliento detenido!
Se dormía tu fiebre de verano sobre las extensiones de tu vista sin lograr ascender hasta otra altura, hacia otra majestad por la que ir al país de los cuentos prodigiosos, a la antigua academia de los mitos
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¿Qué conciencia te ataba a una verdad nunca alcanzada?
¿Qué  desilusión te ofrecía y te negaba la existencia?
Ignorabas si podrías vivir de conductas ajenas, derramándote delante de las luces, preguntándote quien eras tu junto al anochecer, no sabiendo jamás por donde ibas
¿Por qué te complacías presentándote como otro prisionero de tu mente?
¡tantas vidas al rojo, tantas vueltas dudosas cuando todo se marchaba hacia el gran agujero del vacío!
Te sentabas debajo de los árboles para entonar una canción tan triste que a ti mismo te hacia sollozar
Para ti, la ilusión innecesaria, las palabras adrede, los espacios de una noche que no descifrarías
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Tu verdad no se unía a la esperanza porque la muerte tenía el apodo de loba, de otro invierno congelado que clavaba en tu carne los colmillos
Pero, ¿Qué había en ti, garganta ilesa sin sonidos vocales, ante el acto de la perfecta vaciedad amiga?
¿Cómo verificabas tu destino, si te estabas vistiendo con lo extraño, si aquello que tenias no era tuyo?
Acaso declamando el homenaje que te hacías a ti por no ser nada
A ratos regresaban los recuerdos, te encontrabas delante de tus padres como un gigante pez recién nacido que aplacaba el temblor de las mareas
Allí, donde habitabas, se oían las cadenas de los siglos como papeles rotos, como paradas del reloj de agua, como polvo movido por la intimidación de las tormentas
Partías, solo eso, ibas hacia un azar que te esperaba en un lugar extraño, donde la irrealidad se desleía, donde daba el destino, el horario de entrar y de salir, donde era escaso el tiempo que, apenas conocido, se esfumaba
Quedaba suspendida la sombra de la llama consumiéndose, pero tú, bulto expedido, ibas directamente hacia el silencio
¿Qué podías decirte, si ya estabas tan lejos de ti mismo a pesar de negarte a entrar en la distancia para siempre, si el camino de todos los caminos daba solo unos trechos circulares?
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A veces, en silencio, eras la duda de todo lo que habías conocido
¿Qué hacías con la vida pasajera?
Las dudas se ensanchaban, no sabías desde donde viniste, desde cuales extramuros sombríos de infinito la quimera vagaba en tu cerebro
No sabías, el amor era el cruce de todos los instintos naturales, la imposible verdad de lo inconstante, y amabas lo que solo era un refugio, aunque amabas también lo que podría haber sido el amor fuera del tiempo
En los ramajes secos del otoño resonaba un crujido inexorable
Solo podía retener tu mano el ejemplo del polvo y la ceniza, las paginas rasgadas de los sueños, el día contenido sin lugares y el distante fulgor de las estrellas, te faltaba matar el embeleso, la estratagema del televisor.
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 PRESENCIA EN UN LUGAR DESCONOCIDO
Inmerso entre preguntas sin respuestas, ¿Dónde está el yo, el intimo, el final?
Hacía tiempo que esperabas verte llegar desde la altura de una cima que nunca conseguías dominar porque tus ascensiones descifrables continuaban revueltas con las luces que había al otro lado de las rocas
Era cuando lanzaban las tormentas sus iras ululantes, encontrándote malherido para considerar el significado de los documentos, ese reducto sin conquistar, donde aún existía la libertad y donde aún podía existir la justicia
Fuera de ese lugar, si tu decías en cualquier momento “Quiero vivir”, apenas te miraban al rostro por tu falta de respeto hacia los formularios de las razas
Si gritabas “Quiero mi voluntad”, tu grito se perdía entre los restos del tiempo concedido a lo mortales
Habías contemplado muchas caras, vivido muchos años, y no obstante, los referentes de tus razones quedaban deshechos porque ya habían tropezado con dioses y tabúes.
Era inútil, pero ¿Cómo decirlo?
Jugabas a escondidas sin el ceño hostil de los que habían aprendido a contemplar espejos engañosos frente al paso indolente de los trastornados a causa de ello
Hablabas de cuanto te rodeaba, de ese tapete gris donde las horas se alejaban con el rostro del mundo fijado en una sola dirección: la de decir adiós a todos los momentos, los que los habían hecho felices y los que no
Te decían demente por tu exceso de soledad, porque tenías dudas y armas para destrozar aún así sus siniestros objetivos, todos sus ejércitos que hasta ahora se habían hecho con la victoria, aunque también conocían la derrota.
Tu libertad apenas consistía en que no te gustaba la redondez de los mundos, ni el nombre de tu santo, ya que la palabra original que designaba ya existía antes que el hombre que había quedado relatado en la Biblia, antes de que se oyera mencionar en los escenarios de teatro vanguardista, ya antiguos, aunque fueron los primeros de ese tiempo, antes de que cuyos valores que lo acompañaban fueran fruto para incesantes guerras fratricidas, antes de que los primeros habitantes cubrieran sus partes nobles con hojas de la selva
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Inventabas el reino de ti mismo con tus irrealizables estructuras y aclarabas  después que te unirías a los últimos seres de la proclamación de tus obras, diciendo: “¡Viva la federación de la pluralidad humana, domesticada!”
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Era la vida. No cesaba nunca.
¿Cómo explicar lo que te rodeaba, ese sol, esas hierbas, esos aires que te llevaban y te traían?
¿Cómo explicar el alma separada del cuerpo cuando la carne se abría como un canal con líquidos azules, como un mapa extendido ante tus ojos, como un día reciente y repetido?
Los hombres se caían en los fondos, se alzaban con temores, sonreían como si nunca fuesen a morir.
El ser era una zona de desgaste, el porvenir de un nuevo desafío, la vista puesta sobre el horizonte.
Cualquiera te diría que eras dios cubriéndote de luz, o el ángel turbio atravesando el último camello, de la aguja, o el espino salvaje creciendo en el invierno entre capullos de flores mareadas para un ramo moribundo sobre cualquier jarrón.
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En la desesperanza de lo vivo sentías los desmayos de la tarde, tanto anhelo volando sin destino, tú mismo sucumbiendo entre las últimas exuberancias de la primavera como aliento aferrado tristemente a la contradicción universal.
¿Quién eras tú, incendiándote sin tregua como hoja seca al sol, traspapelando uno tras otro todos tus recuerdos, buscando en los armarios carcomidos los inservibles trajes del poblado?
¿Quién eras tú, flotando a la deriva, bandera blanca junto a las figuras de los que traficaban con esclavos?
Eras el que a la muerte le decía: “Vete, vete, que hueles a delito. Enseña tu juego de castañuelas sobre todos con los brazos en alto como si solamente fueras huesos”
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¿Eras tú, que arrojabas la mirada nula y las llaves de la eternidad?
Eras tú renaciendo de otras almas, lanzando tus mensajes al silencio del orbe como rayos de tormenta bajo la oscuridad de tu palabra y ante la pantomima incomprensible.
La muerte y el olvido te seguían. Dejaban pasar a los que esperaban escribiendo sus nombres en la arena.
Para vivir tenías que perder.
Eras la antigua voz de los amantes cuando decías “te amo” con las fiebres fáciles no sujetas en la nuca.
Aquel rostro que  viste era el buscado, el que se sonreía al encontrarte, la luz que dominaba lo sombrío.
Por eso estaba allí para encenderte, para encerrarte en su prisión de nubes, en la tierna mesura desfondada de un largo abrazo que sería olvidado.
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La muerte se acercaba con pequeñas lancetas de escorpión que se filtraban con su veneno en tu sangre.
Mientras te entretenías con la mente, recreabas en torno de tu imagen un silencio espinoso. Aquella casa en donde te sentías desahuciado.
Extendías el dorso de tu pecho hacia tu identidad cuando decías: “La soledad se acuesta conmigo en las noches”.
¿Qué decir de la mutabilidad de las estaciones, hogar con llamas para el invierno, cristal luminoso para el verano, trance sucesivo?
Solo explorabas en tu mapa de tesoros adiestrando domésticas inquietudes.
Era tu identidad el crecimiento inútil perseguido por las ansias.
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Te desgarrabas dando con los días iguales  a escasos apetitos.
No eras quien levantaba las murallas, las fuerzas brutas, pero sí una enorme sensación de lugares con fronteras donde el mundo ambicioso batallaba.
Al fin, en el ambiente, en la radiante claridad, en el centro de los frutos, en la campana suelta de la atmosfera, como una intensa voz, toda tu tierra podría ser un prado en el desierto, y una corona en la sombra del árbol.
Hijo fortuito del placer del mar, pájaro abandonado sin fuerzas en las alas, sonrisa desde el fondo de la angustia, roto color del día, te volcabas sobre el viento inaudible de tu selva.
Habías cobijado las razones más altas y más bajas que poseías, lo mismo que las plantas trepadoras aferradas al tronco del ascenso.
Ansioso de los frutos de la vida, de los días serenos inesperadamente servidos, te sentabas al borde del silencio, donde la realidad te contemplaba, te fatigaba con las turbulencias.
Único anzuelo de las cosas que se fueron, entre el norte encontrado y el perdido despertabas las gotas de tus ojos cuando nadie se sentaba a esperarte, pasajero de trenes con destino incierto, ultimo atisbo abandonado al mirar un paisaje, donde el tiempo, siguiendo lo casual, no te recogería por siempre.
Hijo de tu destino, te agarrarías a la palabra eterna, la intención secreta, y de lo que resta, a unos ensueños para adormecerte, para contentarte con lo soñado.
Te buscaban las otras alegrías de la vida y confortar tu corazón, darte algo con lo que vivir.
Parecías distinto al final de tantos sufrimientos.
Eras la penumbra de un rey sin corona, la desnudez vestida por preciosas gemas, el resplandor solar, las horas que arrojaban varios colores sobre los pobres.
Sentías intensamente la música que te era propia entre la fragancia que alguien derramaba como incienso.
Eras también un animal, aquel que se aventuraba a conocer más solo sabiendo lo aprendido hasta ahora.
El hecho de que no respondieras te entregaba la belleza de los momentos que a veces se te olvidaba vivir con plenitud.
Había que temerte, eras la queja de una flor marchita, la llaga de una herida y el rencor detrás del amor, el tronco de un árbol que reunía anillos mientras los demás vivían sus pesares, solo porque también los años y el porvenir te hacían ser la víctima inocente.
Silencioso y sufriente avanzabas arrastrándote por las calles.
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Así era tu breve y larga historia
Ya en el descanso se regocijaba tu alma de lo que pudiste vivir y de lo que no, para entregar tus pensamientos inconscientes a la noche clara y serena que transcurría en el bosque donde dormías.
Lo poco que te sobraba se lo dabas a los animales que quisieran cogerlo del suelo, allá donde cayese.
En agradecimiento, las bestias salvajes te ofrecían su tiempo para jugar, pero no tenías tiempo, solo necesitabas dormir.
Te despedías al amanecer, mientras apenaban tu partida y les prometías tu pronto regreso, mientras se marchaban de vuelta  a su refugio donde te esperarían.
Eras el adiós siguiente a la promesa recitada y aún no cumplida, las esperanzas de los jóvenes rechazadas por sus padres, los deseos nunca concedidos a los presos inocentes.
No tenías nombre en ese entonces, pues en realidad tenías incontables.
Según qué nombre se te daba eras teñido de un color, también dado en la sinceridad nunca confesada, la mentira no descubierta, la lluvia que caía en la noche de un desierto, en la ignorancia de la gente, que en el mañana moriría con ella.
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A veces era la fecha no celebrada por aquellos que debían, la mesa sobre la que reposaba un papel destinado a convertirse en una prometedora carta de amor y su dueño miraba con lágrimas en los ojos porque no sabía qué escribir.
Eras barco sin timón, arrojado al mar, sin forma de volver a tierra segura.
Te montabas en trenes que en realidad sus vías se cruzaban de forma que nunca acabarían su viaje.
El universo se apagaba como una chispa fulgurante en el confín de los destinos secretos, cuando lo que acontecía siguiente era admitido en los cielos.
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TRAVESÍA SIN FE PERO CON ESPERANZA
El don secreto que encierra la envergadura del universo es la grandeza, pero el don secreto del mundo es la bondad, y por ello el sufrimiento de la bondad no reconocida
No habías seducido lindas criaturas para que se alejaran de sus madres, tu no tenías nada para darles con lo que contentarles todos los días, no sabían de tu otra oscura cara.
Tus movimientos no podían ser presagiados por ningún chamán.
Eras lo que quedaba en los nidos abandonados después que todos ya supieran volar.
Allí solo es donde combatías las heladoras noches del invierno.
Y eso que no habías pecado ni mentido para semejante penitencia, solo habías cometido pequeños errores en busca de los hechos honestos que creías haber producido.
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Sin auto-propaganda eras el príncipe de las constelaciones más confusas, aquello que se escondía en otras intenciones, que asomaba entre la alegría y la tristeza.
Y aun así te esperaban los tuyos para recibirte triunfante en los fríos tiempos con la podredumbre de sus manos y de sus casas al fondo, entre ellos ahora asomaban los de las casas vecinas, que también te tuvieron cariño, ahora su hija bella se te ofrecía como pareja y en tu corazón aquellas aventuras con gigantes ya parecían propias de una dimensión que ya no recordabas haber visitado.
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Lejos estabas ya de tus antiguos traumas, antes te volvías loco porque no sabias como contentarla, como conquistar su corazón, ahora solo pensabas en la vida que construiríais juntos, en volver a salvar el futuro existente en los dormidos espacios de vuestros cuerpos.
No negabas las protecciones y preocupaciones de tus padres y tus suegros, sabes que es fruto de que siempre estuvieron contigo.
Y te hacían recordar tu niñez en presencia de la ya novia, eran los momentos que intentabas evitar, le decías que volviera a la nueva casa con el niño, bajo una realidad fuera del tiempo que tus padres tendrían que aceptar que ya ha pasado.
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Recordabas como en el hospital habías contemplado las sonrisas de los niños tendidos en las cunas porque en sus intactas revelaciones el himno a la inocencia continuaba.
Te apiadabas de cuanta era ahora su ignorancia del mundo lleno de desastres que rugía afuera.
De vuelta al presente te acercabas a tu amor, le entregabas tu calor y cariño, la ilusión portadora de la gracia de cada amanecer vivido, sin saber que luego fruto de ello nacía una arrogancia que mostrabas a tus amigos.
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Pasado un tiempo te equivocabas en como mostrarte según con cuales de los tuyos, si con tus amigos o con tus familias, hasta dejar cansados los sentidos, y aunque intentabas cambiarlo acumulabas sed sin alegría, las luces del día ya no te llenaban, recientemente perdiste a tu padre y casi a tu madre, no la querías forzar, no era necesaria la voz perdida.
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Ante la ausencia de suerte pensabas que a ti también ya solo te quedaba la muerte, con los años ya pasados, la belleza inventada, intentabas volver a descifrar el fascinante nombre de la diosa que aun te cuidaba, y no sabias como pagárselo, tu solo habías conocido la guerra perdida por la paz esclavizada y el pan ganado solo a causa de la guerra no vencida, es todo lo que sabias del mundo, pero ese mundo ya no era este nuevo mundo, caía el sol debajo de su nombre, aunque el dolor te cegaba, luces de colores te esperaban en el próximo amanecer.
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En el nuevo mundo surgieron criaturas reencarnadas, como si procedieran de un planeta diferente en busca de tus buenas voluntades, fue un proceso de transición lleno de gritos de angustia, porque creías que eran demonios y en parte era verdad, gritos de rabia contra la injusticia, porque solo querías lo mejor para tu esposa y no tanto para aquellos seres ambiciosos.
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A cambio de las operaciones que ellos te hacían hacer recibías en tus manos el pan seco de la desgracia, el premio de consolación, no te darían caminos hacia otros bienes en los que hubiera sido bueno olvidar las pasadas penurias.
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Pero no se sabe como esa época acabó pasando y las buenas gentes te empezaron a conocer, gracias a ellas ahora ya sí que eras otra persona, desprendida de tu antigua conducta, solo esperabas que todo no formara parte de otro juego ilusorio.
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Cada día alegrabas los rostros de esas gentes con tus cantares y tus hechos en bien de la comunidad, tenías que repetirte a ti mismo quien eras ahora para creértelo y que no te vieran venirte abajo, ya no creías que tu alma se sostuviera por la ausencia de calor, pues cuando te faltaba sabías donde buscarlo.
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En un cuarto alejado de la casa seguían hablando las mascaras siniestras, las bocas desfondadas del pasado, las sierras de las lluvias, las temporadas de nieve y los charcos de barro y fosas anegadas, te llamaba pero no acudías, olvidando aquella antigua existencia, como quien bajaba del árbol cuando el agua se filtraba, como quien se alejaba de haber sido, acercándose al nuevo ser.
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FIN
Originalmente escrito en otoño de 1993